Cuento del pecado
Malena siempre fue una amante de los útiles y elementos escolares. Hoy es adulta y valora cada marcador con toda su vida y siempre lo concibió así pero, por menor que parezca, esto le causó muchos problemas en su infancia.
A comienzos del 2010 con tan sólo 5 años empezó primer grado con una cartuchera llena de útiles nuevos que le había comprado su mamá. Llego con su mochila rosa de carrito de tres cierres, la última moda entre las nenas del colegio. Ya empezar la primaria era todo un furor.
Malena era nueva en la escuela, y no tenía amigos aún pero tenía una personalidad súper extrovertida y charlatana, y sumado a eso, acababa de tener una hermana menor, por lo que estaba aprendiendo a tener responsabilidades de hermana mayor y formando su carácter de manera muy clara y firme.
Sin perder el tiempo, en el curso comenzó a prestar y pedir prestado los lápices de colores de sus compañeros que siempre habían sido devueltos por inercia. Con el pasar de los días, se dió cuenta la fascinación que tenía por los útiles de sus amigos, por las gomas de borrar con tapa de plástico, las lapiceras de colores (algo muy desconocido aún) y las lapiceras de tinta súper grandes y llamativas que tanta atención llamaba para una niña de 5 años.
Un día notó que si pedía prestado algo y que si ella no se acercaba a devolverlo, el dueño se olvidaba y no venía a pedírselo. Lo notó una vez, lo notó dos. Hasta que decidió usarlo a su favor. Lucas le prestó un lápiz y recién al día siguiente le pregunto por él, a lo que Malena le contestó que ya se lo había devuelto, que lo habría perdido él. Lucas incrédulo y preocupado le creyó, pero a aunque estaba contenta de haberse quedado con el lápiz, a Martina le daba vergüenza usar los útiles de sus compañeros y mentirles en la cara sobre que no sabía dónde estaban. Por lo que empezó a acumularlos en un bolsillo específico de la mochila. Guardo uno, dos, tres y termino perdiendo la cuenta, llegó a un punto que ni si quiera los usaba. Los tenía por adoración pero su culpa no le permitía usarlos ya que sabía que quien la viera, sabría la verdad.
Todo pasó un tiempo desapercibido hasta que las mamás se juntaron a hablar en la puerta del colegio de que estaban faltando útiles.
La mamá de Malena, Laura, quien nunca revisaba su mochila porque enseñó a la pequeña niña a ser ordenada y esta así lo cumplía, decidió desconfiar de su hija y sutilmente revisar la vasta cantidad de bolsillos que tenía la gran mochila de su hija. Para su sorpresa, Malena tenía un bolsillo enorme lleno de útiles que ella no le había comprado en excelente estado y con nombre de sus compañeros al frente de la mochila.
Enfurecida se sentó a pedirle explicaciones a a su hija, la cual contestó que los niños “habían olvidado pedírselos devuelta”. La madre debió explicarle que aunque los niños no pidan sus cosas ella tenía la obligación de devolverlas, que se imagine cómo se sentiría si cada cosa que ella prestara a su hermana no pudiera recuperarlo, siendo que Malena tenía muy presente ese ejemplo y que estaba en pleno auge de aprender a compartir en casa con una bebé que quiere todo lo que ve.
Avergonzada pero orgullosa de la sinceridad de su hija, Laura comentó a las madres que Malena tenía todo lo desaparecido, pidió disculpas e hizo que la pequeña devuelva en persona cada cosa robada y pida las respectivas disculpas. Y así fué.
Malena termino aprendiendo por las malas que compartir esta buenísimo mientras lo prestado se devuelva.
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